VIERNES 8 DE MAYO
¡Buenos días!!!
¿Y vosotr@s? ¿Cómo trabajáis?
Llegar a trabajar poniendo el corazón en lo que hacemos
es la mayor aspiración para ser felices y además
nos ayuda a disfrutar y a realizar bien todo lo que hagamos.
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Corregimos, del día anterior, los tipos de novelas:
El Mago de OZ = Novela de aventuras
Sherlock Holmes = Novela policial
Star Wars = Novela de ciencia ficción
Don quijote = Novela de caballerías
Drácula = Novela de terror
Harry Potter = Novela fantástica
Romeo y Julieta = Novela romántica
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¡¡¡HOY NOS TOCA LECTURA!!!
El mejor corto del mundo para que os animéis a leer. ¡Es precioso!
Pincha el enlace: https://youtu.be/G_Slr_-mO_w
PRESTA ATENCIÓN AHORA. ESTO ES MUY IMPORTANTE
2º- Cuadro
con las 10 reglas de la Buena Suerte.
Este cuadro te servirá para decorar tu habitación y recordar en momentos difíciles lo que supone TENER BUENE SUERTE. Mi consejo es que lo hagas poco a poco, según vayas leyendo los capítulos. Así lo podrás decorar y realizar con "corazón".
Cuando lo tengas le haces una foto y la incorporas a tu guion añadiendo una 3ª página para finalizar tu trabajo.
LA BUENA SUERTE ( CONTINUACIÓN) ¡A LEER!
La Dama del Lago
El cuarto día amaneció
más frío que de costumbre. Nott subió a su caballo después de comer algunas
bayas. No podía parar de pensar en la información que le había dado el Gnomo el
día anterior.
Sabía que no podía
fiarse de que dijera la verdad. Pensar así no le conducía a ninguna parte, pero
le tranquilizaba. Decidió dedicar el día a encontrar a alguien que pudiera desmentir
la información que le había dado el Gnomo. Eso pondría de nuevo la suerte en
sus manos.
Después de cabalgar
durante más de cinco horas, el caballero Nott divisó a lo lejos, entre la
espesura del bosque, un gran lago. Como tenía sed e imaginaba que su caballo
también estaría sediento, decidió acercarse.
El lago era muy bello.
Estaba lleno de nenúfares con flores amarillas y blancas. Bebió un poco y se
sentó junto a la orilla, mientras su caballo bebía ansiosamente. De pronto, una
voz detrás de él le sobresaltó:
—¿Quién eres? —Era una
voz femenina; dulce, pero a la vez profunda. Era la Dama del Lago.
Nott había oído hablar
de ella. Pronto se dio cuenta de que de ella podría obtener información
importante para su crucial misión.
—¿Qué hacéis tú y tu
negro caballo junto a mi lago? Ya habéis bebido. Ahora, ¿qué queréis? Estáis
despertando a mis nenúfares. Y esta es su hora de sueño. Mis nenúfares duermen
por el día y cantan por la noche. Si los despertáis, esta noche no cantarán. Su
canto evapora el agua del lago durante la noche. Si los nenúfares no cantan, el
agua del lago no se evapora; si no se evapora agua, el lago se desborda, y si
el lago se desborda, muchas flores, plantas y árboles morirán ahogados.
¡Cállate, cállate y desaparece! ¡No despiertes a mis nenúfares!
—¡Alto, alto! —la
interrumpió con vehemencia. Me iré enseguida. Solamente quiero hacerte una
pregunta. Tú, Dama del Lago, tú que proporcionas agua a todo el Bosque
Encantado, dime: ¿dónde crecen los tréboles en este bosque?
La dama comenzó a
reír. Eran carcajadas tristemente burlonas. Cuando dejó de reír, se puso seria
y afirmó:
—¡En este bosque no
pueden crecer tréboles! ¿No ves que el agua que reparto desde aquí llega a
todas partes por infiltración? No sale de mí a través de arroyos o ríos, sino
que se filtra por el lecho del lago y llega a todos los rincones del Bosque
Encantado. ¿Acaso has visto charcos en alguna parte del bosque? Los tréboles
necesitan mucha agua. Precisan un arroyo que se la proporcione continuamente.
Jamás encontrarás un trébol en este bosque.
Nott estaba harto de
oír la misma cantinela. Muy serio y pensativo se preguntó qué estaba pasando.
Empezaba a creer que tal vez a él nunca le llegaría la suerte. Eso le provocaba
un miedo más intenso que el que sintió el día anterior, después de hablar con
el Gnomo.
Empezó a odiar a la
suerte. Era algo abominable. Lo más deseado, y también lo más inaccesible del
mundo. Y no podía soportar ese sentimiento. Esperar la suerte le deprimía, pero
era lo único que podía hacer. Porque… ¿qué alternativa tenía?
Así pues, Nott montó
en su caballo, cabalgó el resto del día y vagó sin rumbo fijo por el Bosque
Encantado, con la esperanza de tener la suerte de dar con el Trébol Mágico de
cuatro hojas…
Ese día, el caballero
Sid se había levantado un poco más tarde que el día anterior. Había acabado de
renovar la tierra al anochecer, así que decidió dormir una hora más.
Mientras comía unas
manzanas, que compartió con su caballo blanco, pensó qué haría ese día.
“Ya tengo la tierra”,
se dijo; “ahora necesito saber cuánta agua necesita. La probabilidad de que
haya escogido el lugar correcto es mínima, lo sé. Pero si finalmente este fuera
el lugar elegido... entonces tendré que ocuparme de que la tierra reciba la
cantidad de agua necesaria”.
No lo dudó un
instante. Era bien sabido por cualquiera que la Dama del Lago era, de todos los
habitantes del Bosque Encantado, la única que disponía de agua.
Le costó un poco
encontrarla. Llegó al lago justo unos minutos después de que Nott se hubiera ido
de allí. A Sid le sorprendió desde un primer momento que los alrededores del
lago estuvieran secos y que no partiera de allí ningún riachuelo. Así que le
preguntó con curiosidad a la Dama:
—Decidme, señora, ¿por
qué no sale agua del lago? De todos los lagos nacen arroyos o ríos.
—Porque en mi lago no
hay continuidad. No hay ríos que partan de mí. En mí, solamente cae agua. Solo
la recibo, y ningún arroyo brota de mi seno. Por eso tengo que vivir siempre
pendiente de que los nenúfares duerman para que puedan cantar durante la noche.
Durante el día no duermo para velar su sueño, y durante la noche sus cantos no
me dejan dormir. Vivo esclava de mi agua. Por favor, márchate y no despiertes a
mis nenúfares.
Sid se dio cuenta
entonces de que lo que el lago tenía en abundancia era, precisamente, lo que a
él le hacía falta: agua.
—Yo puedo ayudarte —le
propuso Sid—. Si me das permiso, abriré un surco en tu orilla para que un
arroyo nazca de ti, y lograré así que el agua no se acumule en tu seno. No haré
ningún ruido. Sencillamente abriré un surco en la tierra y el agua saldrá de tu
lago. De esta forma, no tendrás que preocuparte más por los nenúfares. Podrás
dormir siempre que lo desees.
La Dama del Lago se
quedó pensativa. Después, accedió:
—De acuerdo. Pero no
hagas ruido —de inmediato la Dama del Lago desapareció, ante el asombro de Sid.
Sin esperar un
instante, improvisó con su espada un arado que colgó de la parte trasera de su
caballo. Cabalgó de nuevo hacia el terreno escogido. A medida que cabalgaba, la
espada labraba un surco, que el agua llenaba, liberando al lago de su pesada
carga. El agua llegó hasta la tierra fresca y fértil.
Se puso a dormir junto
al espacio que había creado. Reflexionó sobre lo ocurrido y recordó lo que
siempre le había dicho su maestro: la vida te devuelve lo que das. Los
problemas de los demás son a menudo la mitad de tus soluciones. Si compartes,
siempre ganas más.
Sid, con la cabeza
apoyada en el suelo, pues intentaba conciliar el sueño, miraba con esperanza su
porción de tierra fértil regada por el arroyo. Una noche más, visualizó como el
Trébol Mágico brotaba y crecía. Esa noche, la imagen del trébol en su mente
aparecía más nítida y real que la noche anterior. Eso le hacía feliz.
La oscuridad lo
envolvió. Solamente quedaban tres noches.
La Secuoya, Reina de los Árboles
A la mañana siguiente,
Nott, el caballero de la negra capa, se levantó bastante desanimado. Si hacía
caso a la información del Gnomo y de la Dama del Lago, estaba, como se dice
vulgarmente, perdiendo el tiempo. ¿No sería vano su empeño? El caballero Nott
pensó en regresar. Sin embargo, el viaje hasta el Bosque Encantado había sido
largo y, ya que estaba ahí, optó por quedarse hasta el séptimo día. Quizá
finalmente encontraría a alguien que le dijera dónde encontrar el Trébol Mágico
de cuatro hojas.
De pronto cayó en la
cuenta de que no había ido a hablar con la Secuoya, el primer habitante del
Bosque Encantado. Ella sabría algo.
—Secuoya, Reina de los
Árboles, ¿puedes hablar? Seré breve —dijo Nott—. He sabido que es posible que
dentro de tres noches crezca en el Bosque Encantado el Trébol Mágico de cuatro
hojas. Tú que vives en el bosque desde que este existe: ¿es cierto que jamás ha
crecido un trébol aquí?
—Es cierto. Nunca ha
nacido un trébol en el Bosque Encantado. Y aún menos un Trébol Mágico de cuatro
hojas. Nunca en estos mil años. Nunca.
Nott se sintió
verdaderamente deprimido. Era el tercer habitante del bosque que le decía que
no habría suerte para él. Estaba tan obsesionado con tal realidad que no podía
ver más allá. Realmente, escuchar a otros decir lo que uno ya sabía no conducía
más que a reafirmarse en la propia evidencia. Cualquier persona que, como Nott,
esté obsesionada por saber si hay o no tréboles en el bosque no podrá pensar
más allá de eso. No tomará conciencia de que es necesario hacer algo al
respecto. Por eso, Nott estaba tan abatido, se sentía víctima, se sentía
utilizado, engañado. Se encontraba en una situación en la que no veía ninguna
posibilidad de éxito…
El caballero Sid se
levantó aquella mañana más satisfecho que la anterior. Observó alegre todo lo
que llevaba realizado: tierra fértil y agua abundante. Si el lugar en que debía
nacer el Trébol Mágico era aquel, necesitaba saber entonces qué cantidad de sol
y de sombra necesitaría.
Sid era un caballero y
no un experto en jardinería, así que tendría que hablar con alguien sabio que
supiera de plantas y árboles. Pero ¿con quién? De pronto se le ocurrió:
—¡Secuoya! Es el árbol
más sabio del bosque. ¡Ella sabrá cuánto sol necesita un trébol!
Sid cabalgó hasta el
corazón del Bosque Encantado. Descendió de su corcel y se dirigió al árbol,
como poco antes había hecho Nott.
—Distinguida Secuoya,
Reina de los Árboles. ¿Deseas hablar? Mi pregunta es muy sencilla: ¿cuánto sol
necesita un trébol para crecer, contando con que tenga tierra nueva y agua
suficiente?
—Hummmmmm —meditó la
Secuoya. Necesita igual cantidad de sol que de sombra. Pero no encontrarás
ningún lugar así aquí. Este bosque es todo sombra, como habrás podido observar.
Por eso nunca ha nacido aquí un trébol. Esa es la respuesta a tu pregunta.
Hasta pronto.
Pero el caballero Sid
no se desanimaba fácilmente.
—¡Espera, espera! Solo
una pregunta más, te lo ruego. Tú que eres la Reina de los Árboles, ¿me
permites eliminar algunas ramas de alguno de tus súbditos? ¿Tengo tu permiso?
La Secuoya contestó:
—No te hace falta mi
permiso. Solamente tienes que eliminar las ramas muertas y las hojas secas.
—¡Gracias! ¡Muchas
gracias, majestad! —contestó Sid.
El caballero de la
capa blanca cabalgó raudo hasta el lugar donde renovó la tierra e hizo llegar
el agua. Pero era ya bastante tarde. ¿Y si despejaba las copas de los árboles
al día siguiente?
Podía ahora descansar
y dedicaría el último día a podar los árboles. Sid recordó uno de los consejos
que siempre le había ido mejor: “Actúa y no postergues”. Era cierto que no
había nada más que hacer y que tenía todo el día siguiente para eliminar ramas.
Pero si lo hacía en aquel momento, dispondría de un día más, y disponer de un
día más podía ser útil. Así pues, aprovechó las pocas horas de luz que le
quedaban para podar las ramas.
Sintió que disfrutaba
con lo que estaba haciendo, que se divertía, que se apasionaba y que todo
aquello tenía un sentido, fuese cual fuese el resultado final.
Una noche más, Sid
visualizó su Trébol Mágico. No podía explicarlo, pero cuanto más sabía acerca
de cómo crear las condiciones para que naciera un Trébol Mágico, menos le
preocupaba si el suyo sería el lugar elegido por el trébol para crecer.
Por fin oscureció.
Solamente quedaban dos noches.
Ston, la Madre de las Piedras
Durante el sexto día,
Nott se dedicó a vagar apesadumbrado por el Bosque Encantado. Realmente no pensaba
que fuera a encontrar ningún trébol, pero tampoco quería volver solo al
castillo real. Puestos a hacer el ridículo, prefería hacerlo en compañía de
Sid.
Además, le costaba
tanto reconocer su fracaso que optaba por responsabilizar de este a otras personas.
“Soy víctima de un error o de un engaño de Merlín”, se decía.
El sexto día fue el
más aburrido de cuantos pasó Nott en el bosque. A pesar de que logró cazar
bastantes animales raros y se topó con plantas extrañas, no ocurrió nada
relevante…
Por su parte, Sid
comprobó al levantarse que el trabajo de la noche anterior había dado buenos
resultados. Vio un espectáculo muy bello: la niebla se levantaba y daba paso a
unos dorados rayos de sol que iluminaban la tierra que puso el primer día en el
bosque. Comprobó entonces, para su gran satisfacción, que el sol y la sombra
penetraban por igual en cada uno de los palmos de aquella tierra nueva. Se
sentía verdaderamente orgulloso.
Era el último día, así
que había que decidir bien en qué emplearlo. Ya que había hecho lo que
consideraba necesario, lo inteligente era descubrir si faltaba algo por hacer.
Como él decía, el vaso estaba medio lleno. Ahora había que saber cómo llenarlo
del todo, por si hubiera acertado con el lugar en el que iba a nacer el Trébol
Mágico, tal y como había predicho Merlín.
Tierra, agua, sol...,
pero ¿qué más podía faltar?
Así pues, se pasó el
sexto día preguntando a todos los seres que fue encontrando por el bosque qué
es lo que podía faltarle a la tierra, además de la sombra, el sol y el agua,
para que naciera un trébol de cuatro hojas. Pero nadie supo decirle qué era lo
que faltaba.
Era ya mediodía y no
se le ocurría a quién más podía preguntar. Necesitaba inspiración, perspectiva.
Así que se le ocurrió ir al punto más elevado del bosque, para comprobar si
desde allí veía algo que le permitiera saber si le faltaba algo más por hacer.
“La perspectiva, la distancia, tener el horizonte a la vista… siempre dan ideas
útiles e inesperadas”, pensó.
Todos los caballeros
sabían que el punto más elevado del bosque era el Peñasco de los Peñascos, pero
al llegar allí se dio cuenta de que era altísimo. Quedaba solo medio día para
que acabara el plazo que Merlín les había dado. ¿Tenía sentido subir? Aunque le
llegara la inspiración, tampoco tendría demasiado tiempo para hacer algo.
Aun así, decidió
subir. ¿Por qué? Sencillamente porque pensó en lo que ya había hecho y el
trabajo y la dedicación que había invertido. Partiendo de lo que ya había
logrado, quizá fuera aconsejable y bueno trabajar hasta el final, para saber si
aún faltaba algo por hacer.
Escaló la montaña.
Empezó a notar la suave brisa que llegaba lejos del nivel del suelo, al
elevarse. Finalmente alcanzó la cima. Se sentó y empezó a otear el horizonte en
busca de inspiración. Nada.
De pronto, una voz le
sobresaltó. Salía de... ¡de la roca que pisaban sus pies! Era Ston, la Madre de
las Piedras.
—¡Me estás aplastando!
—¿Una roca que habla?
¡Lo que me faltaba por encontrar!
—No soy una roca que
habla: soy Ston, la Madre de las Piedras —puntualizó, visiblemente molesta—.
Supongo que tú debes de ser el caballero que anda buscando el... ¡ja, ja,
ja...! el Trébol Mágico.
—¿Eres de veras la
Madre de las Piedras? Entonces... no entenderás mucho de tréboles, ¿verdad?
—Evidentemente, no entiendo
mucho de tréboles, pero algo sé —le contestó—. Donde haya piedras no pueden
crecer los tréboles de cuatro hojas.
Aquella pequeña
apreciación —lo que necesitaba un trébol de cuatro hojas—, que hubiera parecido
banal para muchos, no lo fue para Sid. Él sabía que, a menudo, los elementos
clave solamente se descubren en los pequeños detalles. En lo obvio, en lo ya
conocido, difícilmente se encontraba la respuesta a lo aparentemente
innecesario, pero imprescindible.
—¡Claro! ¿Cómo no me
había dado cuenta antes? ¡Mil gracias! Me voy, apenas me queda tiempo.
Sid bajó
apresuradamente el Peñasco de los Peñascos. Tenía que correr a toda velocidad
hasta la zona escogida: ¡No había quitado las piedras de su parcela de tierra!
Al llegar, quedaban
todavía dos horas de luz. Sid quitó todas las piedras una a una. Si por
casualidad la zona escogida por él era el lugar donde iba a nacer el Trébol
Mágico, este nunca hubiera crecido a causa de las piedras.
Sid se dio cuenta de
que en los pequeños detalles se hallaba información clave. Aun cuando todo
pareciera hecho y no quedara más por hacer, si uno mantenía la actitud
adecuada, si se estaba dispuesto a saber si faltaba algo más por hacer, siempre
se encontraban pistas que encauzaban por el buen camino.
Una noche más se puso
a dormir junto al espacio que había creado. Y una noche más se imaginó al bello
Trébol Mágico en todo su esplendor, en el centro de la tierra que él había
preparado, iluminado, regado y limpiado de piedras.
De todos modos, al día
siguiente lo sabría. De eso también estaba seguro.
Llegó la oscuridad.
Solamente quedaba una noche. La víspera del día en que tenía que nacer en el
Bosque Encantado el Trébol Mágico de cuatro hojas, el trébol de la suerte
ilimitada.
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Como lo habéis hecho muy bien, os dejo un regalo.
Son puntos de lectura para colorear y poder utilizarlos después.
¡¡¡BUEN FIN DE SEMANA!!!!
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